Univ, una experiencia que cambia vidas
Por: Francisco Santamaría
La Semana Santa, como bien me dijo un sacerdote, es la semana más importante del año para los católicos. En ella se acompaña a Jesús durante los “últimos” días de su vida y se celebra la resurrección del señor con rebosante alegría. Todos los años, durante esa fecha, miles de jóvenes universitarios viajan a Roma desde diversas partes del mundo para vivir el UNIV FORUM, el cual se trata sobre dialogar acerca de temáticas de interés universal, a través de la elaboración de múltiples productos, como ponencias, videos, obras de arte, entre otros, con el objetivo de observar posturas similares pero diferentes para un mayor crecimiento personal.
Este año la temática a tratar en el UNIV fue el factor humano y el uso de la inteligencia artificial en el diario vivir. Cinco estudiantes de la Universidad de La Sabana, tres de medicina y dos de periodismo, representaron al país en la ciudad eterna. Desde el área médica trataron la importancia del tacto humano, y la empatía con el paciente en los escenarios más dolorosos dentro de un hospital. Por otra parte, desde el área comunicativa, los estudiantes elaboraron un corto cuyo mensaje era la importancia de redireccionar el uso de la inteligencia artificial en nuestro diario vivir. Es clave en esta era digital que todos, o por lo menos una gran mayoría, apunte hacia una misma dirección para no perder la esencia humana en las situaciones más simples de la vida.
Desde la experiencia de haber vivido el congreso, y de haber participado, me quedo con un punto clave: más allá del intercambio cultural plasmado en los diferentes tipos de productos, la formación fue vital para que todos estuvieran en la misma sintonía a la hora de exponer sus ideas. Es ahí donde se evidencia la trascendencia que tiene la formación católica.
Ahora bien, dejando a un lado la experiencia del congreso, el cual se celebró en la Universidad de La Santa Cruz, produjo una enorme felicidad ver a tantos jóvenes celebrar los oficios a lo largo de toda la ciudad, tan solo los hombres éramos 1400 de distintas partes del mundo, todos reunidos para estar en familia y fortalecer la fe con los encuentros planeados. Antes de viajar, en los círculos de formación, nos adelantaron algunos puntos del itinerario establecido. Sabíamos que íbamos a tener tertulias con Don Fernando, audiencia y misa con el Papa, pero nunca imaginamos la cercanía, ni la emotividad con la que íbamos a encarar dichos encuentros.
La primera gran sorpresa fue haber tenido la meditación del lunes santo con Don Mariano Fazio, en Villa Tevere. Nada más y nada menos que en Santa María de la Paz, lugar donde descansa San Josemaría, ese fue el escenario para la meditación. Se apagaron todas las luces y solo quedó prendida una pequeña lámpara que iluminaba el rostro de Don Mariano. Fue vital aquel primer encuentro para lo que sería el resto de la semana. Nos habló de la importancia de servir y ser herramientas para el servicio de los demás, de establecer las prioridades en la vida y poner primero a Jesús antes de cualquier situación. Pero el mensaje que más me atrapó fue aquel sobre la intensidad con la que se debería vivir la Semana Santa; aprovechar el momento, el estar en Roma, y acompañar a Jesús con la intensidad merecida, celebrando los oficios con entrega total. Menos mal, aquellas palabras fueron dichas al iniciar la semana, porque fue una regla durante todo el viaje, “vivir la Semana Santa con intensidad”. Al final de la meditación pudimos compartir con Don Mariano unas cuantas palabras y nos dio tiempo para tomarnos la foto.
El martes, después de haber tenido el congreso en la Universidad de La Santa Cruz, nos dirigimos hacia la Basílica de San Pedro para reclamar las boletas para la audiencia con el Papa al día siguiente. Y ya estando allí decidimos hacer la oración de la tarde frente a la tumba de San Juan Pablo II. Pero antes de entrar a la Basílica de San Pedro recibí uno de los mejores regalos de toda mi vida, de manos de mi mejor amigo, Nicolas López, quien fue el director de nuestro viaje. Me entregó un boleto amarillo, el cual significa tener un tiempito para saludar al Papa y comentarle algo. Sin duda, fue un momento muy emotivo, con algunas lágrimas de felicidad. Es aquí donde aprovecho para darle las gracias a la Obra por la magnífica oportunidad que me permitió vivir.
La noche de ese martes no se hizo tan eterna como esperaba, sin embargo, sentí que el tiempo pasaba más lento de lo habitual. Al día siguiente, madrugamos a las cuatro de la mañana para que todo el grupo colombiano tuviera una buena ubicación en la audiencia. Yo ya tenía un gran sitio asegurado, pero igual quería arribar lo más pronto posible al salón Pablo VI. Al entrar al recinto, me separé de mi grupo porque me esperaba una ubicación privilegiada, no tenía a nadie en frente y podía presenciar al Santo Padre con suma cercanía. Fueron minutos eternos antes de iniciar el evento, se sentía la emoción de las personas por presenciar al Papa. Gracias a mi ubicación privilegiada fui uno de los primeros en darme cuenta de su ingreso, y fue ahí donde la emoción se desató. Verlo entrar caminando, con dificultades, pero caminando, fue un momento de alegría enorme. La gente aplaudía y gritaba emocionada, y él sonreía y saludaba. A pesar de la euforia del momento, el Papa pidió silencio para iniciar la lectura del evangelio.
La homilía trató acerca de la paciencia y como cultivar esa virtud en las adversidades que nos presenta la vida. Además, resaltó la necesidad de vivir los defectos del prójimo con paciencia. Otra gran lección para vivir una mejor Semana Santa, pues es necesario ser pacientes para vivir una semana tan intensa. Al terminar la homilía, rezamos el padre nuestro y posteriormente el Papa dio la bendición a los presentes. Casi de inmediato, empezaron los preparativos para el momento más anhelado por muchos, el saludo al pontífice.
Me encontraba en la segunda fila y antes que llegará a mí, el Papa tenía que saludar a 25 personas, por lo menos. Escuchaba como mi corazón latía y como mis pulsaciones se aceleraban al verlo tan cerca. A medida que fue acercándose, empezaba a sentirme más tranquilo y fue cuando faltando tres turnos para llegar a mí, dijo lo siguiente con el carisma que lo caracteriza: “hagan lio, hagan lio”, nos lo dijo a los jóvenes del UNIV. Y por fin llegó a mí, las pulsaciones se aplacaron y la inmensa tranquilidad que sentí solo la puede proporcionar él. Le dije que, gracias a él, llamarme Francisco era de suma alegría y orgullo. Me extendió la mano y nos dimos un saludo muy cálido. Fue un momento eterno que durará conmigo hasta el final.
La audiencia concluyó a eso de las 11 de la mañana y todavía faltaba mucho por hacer. Nada más y nada menos que ese mismo día íbamos a compartir una tertulia con Don Fernando en Cavabianca, y posteriormente, Don Mariano Fazio acudiría a nuestro alojamiento para compartir un rato. Nunca había acudido a una tertulia con tantas personas. Ver tantos jóvenes que comparten la misma fe y buscan encontrar en la Obra, o fuera de ella, una vocación, realmente estremeció el corazón. El propósito de la tertulia era escuchar los consejos del padre sobre distintos temas y así conseguir respuestas que resuelvan dudas en la vida interior de cada uno. Don Fernando trató temas como el espíritu de servicio, la vocación del celibato y el matrimonio y la importancia de tener un diálogo constante con Dios, en el cual se le pregunte lo siguiente: “Señor, ¿tú qué quieres para mí?”. Son palabras poderosas que trastocan a más de uno, y lo importante es ponerlas en práctica.
Estoy seguro de que la gran mayoría se quedará con ese momento tan acogedor y cercano que se vivió junto al padre. Al final de la tertulia, se sintió la alegría y el gozo en el ambiente, todos salimos contentos de ahí. A nadie le importó caminar 25 minutos por la carretera para llegar a la estación del metro, tampoco importó mucho la demora en el arribo del tren, y mucho menos nos importó el enfado de los locales tras ver el tren copado por jóvenes del UNIV. Había que conservar el momento de dicha que todos habíamos presenciado.
Nos esperaba una cena en nuestro alojamiento con Don Mariano, aquel día se caracterizó por compartir con personas que irradian santidad y un acogimiento enorme. Sin duda, el carisma de Don Mariano es una cualidad para resaltar. Nos contó algunas pequeñas anécdotas con el santo padre antes de que asumiera como cabeza de la iglesia, también, nos contó anécdotas sobre su trayectoria en el Obra y la importancia de estar dispuestos a servir. Cuando él estaba en su proceso de discernir su vocación tenía el sueño de viajar por el mundo; Cuando supo la vocación que Dios quería para él, se entregó y desde aquel momento ha visitado 60 países. Definitivamente, Dios no se deja ganar en generosidad. Don Mariano se sintió a gusto, buscaba la sencillez para hablar y escuchaba atentamente cada pregunta que le hacían, además, se quedó más tiempo de lo planeado sin preocuparse mucho por la hora.
Desde el jueves santo en la tarde hasta el sábado santo en la noche tuvimos los oficios en distintas iglesias. Nunca había estado en celebraciones tan solemnes como aquellas. Confieso que fue algo difícil entenderlas, pues todas fueron en latín. El jueves Santo, Don Fernando celebró la misa en Santa María de La Paz, en Villa Tevere. Fue un privilegio enorme haber tenido la misa con el prelado. Más de uno se emocionó por el momento vivido. Más tarde ese mismo día, fueron los monumentos, que como nos explicó el sacerdote que nos acompañó, el padre Paco, era la visita a siete templos diferentes en los cuales se rezan seis Padre nuestro, seis Ave María y seis Gloria. Sin duda alguna, fue uno de mis momentos favoritos del viaje. El centro de la ciudad estaba lleno de jóvenes que iban de iglesia en iglesia haciendo visita y rezando con la mayor entrega posible. Logré apreciar aún más la ciudad eterna en la noche y ver tanta juventud con la misma fe es una muestra de inmensa esperanza. Además, la belleza de Roma se caracteriza por la majestuosidad de sus obras las cuales hacen honor a Dios, cada esquina expone una iglesia tan preciosa e inigualable.
En la mañana del viernes santo subimos la escalera santa, aquella que recorrió Jesús cuando fue interrogado por Pilatos. Hicimos el viacrucis de rodillas, subiendo escalón tras escalón. En aquel momento pensaba que, la flagelación que vivió El señor no fue ni el uno por ciento de lo que sentíamos nosotros. Ya en la tarde, tuvimos los oficios en la hermosa Basílica de Santa María de Aracoeli. Don Mariano estuvo al mando de la ceremonia, y de nuevo, la solemnidad fue impresionante. La muerte de Jesús es un momento de mucho silencio que nos sirve para entender el gran amor que Dios tiene por nosotros. No hubo mucho por hacer aquella noche, pues se trataba de tener abstinencia.
El sábado fue un día de dos grandes encuentros, durante la mañana tuvimos otra tertulia con Don Fernando, esta vez mucho más íntima, de casa, como dicen. Don Fernando no habló mucho, prefirió escuchar lo que tenían por decir los contertulios. Le pidieron consejos para enfrentar distintos escenarios, le cantaron y le contaron algunas cosas, fui testigo del espíritu del Opus Dei y la alegría de ser parte de esa familia. Finalizada la tertulia, hubo momento para los encuentros y posteriormente para alguna que otra foto. Durante el resto del día tuvimos tiempo suficiente para dar las últimas vueltas por Roma, disfrutar de su ambiente y comer de maravilla. Al llegar la tarde nos dirigimos hacia la Basílica de San Pedro para atender a la Vigilia Pascual con el Papa Francisco.
La Vigilia Pascual es la celebración de la resurrección de Jesucristo. En primer lugar, se lleva a cabo la ceremonia de la luz. En segundo lugar, se entona el pregón pascual, el cual proclama el cumplimiento de todas las promesas de Cristo. Por último, se renuevan las promesas bautismales con el propósito de rechazar las tentaciones. Sin duda alguna, fue una ceremonia extensa, casi tres horas duró la misa. Fue emotivo ver cristianos de todo el mundo reunidos para acompañar al Papa en dicha celebración. Fue un momento de reflexión para entender que Dios volvió a nacer en nosotros y que gracias a su resurrección tenemos el camino para salvarnos.
Ya para concluir este maravilloso viaje, me gustaría mencionar algunas conclusiones del que, quizás, haya sido el mejor viaje de mi vida. En primer lugar, si vale la pena formarse y construir una vida interior con Dios, la recompensa es inimaginable. Por otra parte, como dijo Don Fernando, “el mundo es nuestro”, no desfallezcamos en el propósito de cumplir nuestra vocación, la de todo ser humano: buscar la santidad. En momentos de desesperanza siempre tener presente lo vivido en Roma, porque sin duda, fuimos testigos de la presencia de Dios. Por último, tener presente que en nuestro día a día, en lo habitual de la vida, es cuando tenemos que poner en práctica lo aprendido en Roma, ser coherentes y establecer las prioridades para continuar nuestro camino hacia la santidad.
El UNIV es un encuentro internacional de jóvenes universitarios que buscan profundizar en su fe, en su vida y llenar de sentido su trabajo.
Una experiencia que tiene lugar durante la Semana Santa en Roma y que te ayudará a renovar tu visión del mundo, de los demás y de ti mismo.